El sentido de la vida consagrada
Ante la fiesta de la Presentación del Señor (La Candelaria), he querido reflexionar sobre el sentido de esta fiesta, teniendo a la vista la Jornada de la vida consagrada. Atravesamos momentos difíciles para hablar de la vida religiosa, y sin embargo, necesitamos ahora más que nunca descubrir el sentido que esta aporta, o debe aportar, en un mundo sin Dios, pero tan falto de Dios. La fiesta litúrgica de la Presentación del Señor nos da la clave de lo que significa consagrase a Dios: dar testimonio de la luz.
El documento fundamental del Concilio Vaticano II comienza con estas palabras solemnes: “Cristo es la luz de los pueblos” (Lumen Gentium 1). La fiesta de la presentación del Señor, tradicionalmente conocida como fiesta de la Candelaria, es la fiesta de la luz. Jesucristo se presenta como luz de los pueblos, luz de los hombres. El anciano Simeón así lo profetizó: “Luz para alumbrar a las naciones, y gloria de tu pueblo Israel”. Y este es el sentido de la procesión que hacemos con la candela en nuestras manos. Cristo es nuestra luz y nuestra vida, nuestra esperanza y nuestro modelo acabado de humanidad. ¡Cristo es el sentido de nuestra vida! Y todo esto porque es el Hijo de Dios, el consagrado al Padre, el primogénito de la nueva humanidad.
Las palabras del anciano Simeón resumen el sentido de la fiesta: “Mis ojos han visto a tu salvador”. También nosotros estamos invitados, como el anciano Simeón, a reconocer a Cristo como luz y salvación de la Iglesia y del mundo. El cristiano está llamado a ser luz para este mundo, por sus vidas y sus palabras.
La Iglesia, como su Señor, es también luz de las gentes: por su servicio a la humanidad; por sus obras de amor; por su escucha del evangelio y la celebración de los sacramentos. Ahora bien, en su seno (de la Iglesia) hay unos miembros que viven y profesan la radicalidad del evangelio, son las comunidades religiosas. Se entiende, pues, que la Iglesia celebre en esta fiesta la Jornada de la vida consagrada
1. Consagrados a Dios
La consagración que viven muchos miembros de la iglesia sólo se comprende y se vive desde Dios y para Dios. Por eso, esta fiesta tiene como protagonista a Dios Padre desde el cual hay que entender toda consagración. Nuestra vida consagrada tiene sentido desde Él: “Nadie viene a mí si el Padre no lo atrae”. En efecto, somos atraídos por el Padre, seducidos por Él, enamorados por Él. Él ha tomado la iniciativa en nuestra vocación, y así, somos lo que somos, por la gracia de Dios. De este modo podemos decir que la vida consagrada es un regalo del Padre, no es en absoluto una renuncia o una carga, sino una oportunidad maravillosa para descubrir y sentir lo muchos que nos ama Dios. Consagrados a Dios quiere decir entregados a Dios totalmente, como gustaba decir a Francisco de Asís: “Mi Dios y mi todo”. Consagrados al Padre para vivir la vida de Dios desde la intimidad de la oración. Significa esto también que el estado de vida de los consagrados es una búsqueda constante de la voluntad de Dios que desemboca en la contemplación: sólo Dios es absoluto, sólo Dios vale la pena.
La vida consagrada hay que vivirla en referencia al Hijo de Dios, Jesucristo hermano de los hombres, y de aquí brota la fraternidad que caracteriza intrínsecamente a la vida consagrada. Para dar gloria de Dios en nuestra consagración hemos de reproducir en nosotros la vida de su Hijo. Hacer de su vida nuestro estilo de vida, fundamentalmente en los tres consejos evangélicos: la virginidad, la pobreza y la obediencia. No como algo que soportar, sino algo querido y amado, buscado y elegido libremente, reconocido y aceptado como un regalo precioso de Dios en su Hijo Jesús. El consagrado vive la llamada a “dejarlo todo” por el Reino de Dios en el seguimiento de Jesús. Asumir la vida de Jesús desde la consagración comporta asumir la Palabra de Dios y asimilarla en la oración. Configurarse con la vida de Cristo para el consagrado significa sobre todo hacer un itinerario pascual de muerte y resurrección, es decir, convertirse todos los días al Señor.
Consagrados a Dios es vivir la vida religiosa en referencia al Espíritu Santo, que es el que santifica. La vida consagrada es una forma de buscar y vivir la santidad dentro de la Iglesia, para ello hace falta el Espíritu Santo como agente principal de la santificación. La vida del consagrado se convierte en testimonio de la trascendencia, de algo que va más allá de este mundo. Con su vida confiesa la totalidad y la radicalidad de Dios. Y esto es lo que el mundo le pide y le exige al consagrado a Dios: más espiritualidad, más presencia de Dios, más testimonio de santidad. En un mundo sin Dios, hace falta dar testimonio de Dios.
2. La vida religiosa es luz
Los religiosos y religiosas por su seguimiento de Jesucristo desde la radicalidad del evangelio son luz del mundo, por su consagración apasionada tienen algo grande que ofrecer al mundo; ellos son luz.
La luz de la fidelidad. Hoy que se airea tanto el estilo de vida desde la infidelidad, como si se tratara de un triunfo y una conquista de la modernidad. La vida consagrada sólo puede entenderse desde la fidelidad a Jesucristo, como una amistad con Dios, una relación interpersonal de amor y de conocimiento recíproco.
La luz de la radicalidad. Hoy que calculamos tanto los riesgos de nuestra entrega, la vida consagrada se presente como modelo de riesgo y audacia, de transparencia. Radicalidad en el amor a Dios y al hombre. Radicalidad en la disponibilidad, en la docilidad al Espíritu y radicalidad en la generosidad.
La luz de la experiencia que tienen de Dios. En este mundo que ha negado a Dios, como algo del pasado de moda que no tiene ya nada que decir, la vida religiosa testimonia la existencia de Dios y su actualidad. No podemos vivir sin Dios, por eso el religioso es contemplativo de Dios en medio del mundo.
La luz por la profecía. Nuestro mundo explota la mentira y la conveniencia, la vida religiosa ha de ser signo de valentía en la defensa de la verdad, ha de ser signo de contradicción por su libertad para defender los derechos de Dios y del hombre
La luz de la apertura incondicional a la misión: abunda el individualismo y el egoísmo, la vida religiosa, sin embargo, ha de ser testimonio del valor de Dios y del hombre por encima de nuestros particulares antojos y caprichos. El religioso ha de dar testimonio del valor absoluto de Dios y su justicia y la relatividad de todo lo demás.
La luz de la Esperanza. La vida religiosa está
abierta al Espíritu Santo que es dador de vida y lleva a cumplimiento las promesas de Dios. En la vida religiosa
se ha de cultivar siempre la novedad de Dios.
Párroco D.Aurelio Ferrándiz
Hermana de la Fraternidad Reparadora en la Jornada de catequistas 2011