Los santos: presencia y rostro de Dios
Tenemos a la vista la celebración de la fiesta del beato Fray Leopoldo del Alpandeire, un beato camino a los altares, que nuestra comunidad parroquial tiene en gran afecto y cariño. El Jueves, día 9 de febrero, celebraremos unas vísperas solemnes y una misa en acción de gracias, al finalizar la eucaristía haremos una procesión con sus reliquias y cantaremos su himno recién compuesto. Para prepararnos bien a esta fiesta, he querido reflexionar sobre la santidad, el papel fundamental que los santos desempeñan todavía en la comunidad cristiana. Nosotros estamos llamados a mirar a los santos porque ellos son hoy presencia y rostro de Dios.
En efecto, ha llegado el momento de superar y dejar atrás aquel impulso iconoclasta que dejaba el tema de los santos como algo inútil y pasado de moda. Ha sido el mismo Concilio Vaticano II el que nos ha estimulado a pensar en el tema de la santidad como algo actual, como un tema que ofrece sugerencias pastorales muy ricas.
Para comenzar esta sencilla reflexión, he elegido un texto de la Constitución dogmática Lumen Gentium, el número 50, dice así: “En la vida de aquellos que, siendo hombres como nosotros, se transforman con mayor perfección en imagen de Cristo (cf. 2 Cor 3,18), Dios manifiesta vivamente ante los hombres su presencia y su rostro. En ellos Él mismo nos habla y nos ofrece un signo de su reino, hacia el cual somos atraídos poderosamente con tan gran nube de testigos que nos envuelve (cf. Hebr 12, 1) y con tan gran testimonio de la verdad del Evangelio”
Encuentro en este texto del Concilio palabras claves para el tema que nos ocupa. “En la vida de los santos Dios manifiesta ante los hombres su presencia y su rostro”. Esta es la pedagogía de la santidad: que Dios asume lo humano, se hace presente en la vida humilde y sencilla de los hombres, como fue el limosnero de Granada, para manifestar su misterio santo de amor. Los santos son “presencia y rostro” del Dios Vivo, dice el Concilio. En los santos se realiza una vez más la encarnación de Dios, sus vidas están al servicio del misterio de Dios. Por ello, viéndolos a ellos estamos viendo a Dios, nos hacen cercano y familiar el misterio grande de Dios.
De esta forma podemos decir que la pedagogía de la santidad es la pedagogía de la encarnación: Dios asume lo humano, se hace rostro y palabra en la vida cotidiana de los santos.
1. El modelo de santidad es Jesús de Nazaret: la encarnación
La santidad de Dios manifestada a lo largo de toda la historia de la salvación ha tenido su momento culminante en la Encarnación de Jesús de Nazaret. ¿En qué ha consistido? En Jesús de Nazaret, el Dios inaccesible y misterioso, el Dios inefable y radicalmente trascendente se ha hecho rostro, se ha hecho palabra. En el rostro y la palabra de Jesús de Nazaret, Dios se ha hecho cercano, comprensible. En Él podemos hablar a Dios y podemos hablar de Dios. En la vida de Jesús se manifiesta y revela lo que Dios es para los hombres: vida y plenitud. En Cristo, el Ser de Dios se une a la finitud humana para hacernos saber no sólo que Dios es santo, sino también para anunciarnos, en un incomprensible acto de amor, que hemos sido tocados por el Santo. Y por ello estamos llamados a participar de la plenitud de su Misterio cuando nos dejamos llevar a la intimidad de su vida Trinitaria.
En Jesús Dios es para el hombre, hace de la vida del hombre la expresión más radical de su gloria. En el contacto cotidiano con Jesús los apóstoles han encontrado a Dios y lo han descubierto como un Dios cercano y acogedor. En Jesús han experimentado que Dios da salvación con un estilo inesperadamente original: salva en la solidaridad, en una compañía con cada hombre, que llega Dios mismo a hacerse realmente hombre. De esta forma, por la encarnación, no solo hemos descubierto quién es Dios para nosotros, sino quién es el hombre para Dios, es decir, el significado y el valor de la humanidad del hombre.
En la encarnación, Dios se ha revelado al hombre de modo humano. Su inefable misterio se ha hecho comprensible y experimental, porque ha tomado el rostro y la palabra de Jesús de Nazaret. La humanidad de Jesús es Dios-con-nosotros. La encarnación es también la revelación más plena del hombre: revela cuál es su infinita grandeza. Esta gran afirmación nos asegura que nuestra humanidad es más grande de lo que podemos imaginar. Es, en pequeña y gran medida, rostro y palabra de Dios inefable e inaccesible.
La conclusión que sacamos para nuestro tema es muy importante: la humanidad del hombre es el lugar en que Dios se hace presente en nuestra existencia cotidiana, como Padre bueno y acogedor, que salva y llena de vida.
2. La misión de los santos: hacer cercano a Dios, los santos “presencia y rostro de Dios” en nuestro mundo
Este proyecto inesperado de diálogo y de encuentro entre la divinidad y la humanidad no se refiere sólo a Jesús de Nazaret. Él es ciertamente el rostro y la palabra definitiva de Dios. Pero su palabra continúa sin embargo resonando en los pliegue de la historia de todos los días: en la vida de cada hombre Dios se hace todavía rostro y palabra que solicita, acoge y salva. En nuestra experiencia cotidiana Dios se hace cercano en la medida en que nos asemejamos a Jesús de Nazaret: en la medida en que nuestra humanidad se realiza en la verdad, como es la humanidad plena y definitiva de Jesús. Es fácil traicionar nuestra imagen y reducir por ello a Dios al silencio en nuestra vida y en nuestra sociedad.
Sin embargo, los santos son aquellos compañeros de nuestro camino que nos hacen a Dios más cercano porque en su humanidad brillan más intensamente los signos de la humanidad plena y verdadera de Jesús. En sus vidas, el rostro y la palabra de Dios resuena más alto, provocante y convincente. Gracias a los santos nos sentimos todos más sumergidos en el amor de Dios, lo sentimos un poco más Padre nuestro. En ellos somos invitados a vivir la vida en plenitud, a ponernos de parte de la vida, a buscar y adorar el rostro de Dios en medio de esta generación que no cree en Dios.
Necesitamos de los santos para sentirnos todavía hijos de Dios: para ver al Invisible y para comprender al Inefable. En una palabra, los santos continúan en el tiempo la Revelación de Dios al hombre, la encarnación de Dios con el hombre. La función de los santos forma parte intrínseca del proceso salvífico de Dios.
Concluyo esta sencilla reflexión haciendo ver, en lo que yo conozco, que las personas que están en el camino de la santidad, tan cercanas a nosotros, como es el beato Fray Leopoldo, se convirtió en la mejor imagen de Jesucristo viviendo su vida apasionadamente, desde la asunción y el desempeño fiel de sus tareas cotidianas y humildes como era pedir limosna, desde la vivencia responsable de su humanidad. Y de esta forma, lo ordinario de su vida lo hicieron extraordinario. Para cuantos los conocieron y contemplaron fueron y son “palabra y rostro” de Dios.
Párroco D. Aurelio Ferrándiz