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lunes, 19 de marzo de 2012

LA VOCACIÓN AL SACERDOCIO


                La palabra vocación viene del latín 
vocatĭo, -ōnis significa acción de llamar. Decimos que alguien ha recibido una vocación, esto significa que está llamado a hacer algo.
                Si una persona tiene vocación al sacerdocio significa que es llamado a convertirse en sacerdote. Si hay uno que es llamado significa entonces que hay otro, alguien que llama, ese alguien es Dios.
                Es por tanto la vocación una acción que nace de Dios, no de nosotros, nosotros somos llamados a algo. Por ejemplo, Dios llama a Moisés a que guíe al pueblo de Israel en su salida de Egipto. Entonces es una iniciativa de Dios el llamar a alguien. La tarea que tiene aquél que es llamado es responder a esa vocación. Moisés tendrá que cumplir lo mandado por Dios si quiere colaborar con Él en la liberación de Israel.               Podríamos decir que una vocación es colaborar con Dios en algo que él nos pide.



                La vocación al sacerdocio

                Aunque hay muchas vocaciones dentro de la Iglesia y todas son muy importantes: la misión laical, la vocación a la vida religiosa, etc. y cada uno tiene su misión específica, la del sacerdote es una vocación muy especial y muy necesaria para el pueblo de Dios: ellos son los pastores de la Iglesia que guían y cuidan de su rebaño.
                "La vocación sacerdotal es un misterio. Es el misterio de un ‘maravilloso intercambio’ –‘admirabile commercium’– entre Dios y el hombre. Este ofrece a Cristo su humanidad para que Él pueda servirse de ella como instrumento de salvación, casi haciendo de este hombre otro sí mismo. Si no se percibe el misterio de este ‘intercambio’, no se logra entender cómo puede suceder que un joven, escuchando la palabra ‘sígueme’, llegue a renunciar a todo por Cristo, en la certeza de que por este camino su personalidad humana se realizará plenamente". ("Don y misterio", p. 90).
                Así, ser sacerdote es claramente una vocación de Dios. Leamos un texto donde Juan Pablo II nos habla de su vocación a convertirse en sacerdote:

 "Después de la muerte de mi padre, ocurrida en febrero de 1941, poco a poco fui tomando conciencia de mi verdadero camino. Yo trabajaba en la fábrica y, en la medida en que lo permitía el terror de la ocupación, cultivaba mi afición a las letras y al arte dramático. Mi vocación sacerdotal tomó cuerpo en medio de todo esto, como un hecho interior de una transparencia indiscutible y absoluta. Al año siguiente, en otoño, sabía que había sido llamado. Veía claramente lo que debía abandonar y el objetivo que debía alcanzar sin volver la vista atrás. Sería sacerdote". ("Del temor a la esperanza", Solviga, 1993, p. 34).

En este texto donde habla de su elección como Papa y de la naturaleza de la vocación y se ve cómo es una llamada a un proyecto de Dios.

 "Creo que no fui yo el único sorprendido aquel día por la votación del Cónclave. Pero Dios nos concede los medios para realizar aquello que nos manda y que parece humanamente imposible. Es el secreto de la vocación. Toda vocación cambia nuestros proyectos, al proponernos otro distinto, y asombra ver hasta qué extremo Dios nos ayuda interiormente, cómo nos conecta a una nueva ‘longitud de onda’, cómo nos prepara para entrar en este nuevo proyecto y hacerlo nuestro, viendo en él, simplemente, la voluntad del Padre y acatándola. A pesar de nuestra debilidad y de nuestras opiniones personales.”

                Entonces es importante que nos planteemos: ¿Cuál es mi vocación? ¿A qué me llama Dios? ¿Qué tengo que hacer en mi vida? Nosotros, los cristianos creemos que estamos llamado a colaborar con Dios en la redención del mundo. Dios da a cada uno unos talentos, unas capacidades, una inteligencia que le servirán de una manera determinada a colaborar con Él. Por eso hay diversidad de dones y diversidad de vocaciones.
                Estamos celebrando en todas las diócesis el Día del Seminario con motivo de la fiesta de su patrono San José, llamado por Dios a ser el custodio en la tierra de Jesús y de María y estamos orando muy especialmente por las vocaciones sacerdotales que son muy necesarias. Toda la comunidad cristiana debe ser consciente de esta necesidad y orar para pedir a Dios que envíe sacerdotes santos a trabajar por las almas.

Leamos algo que Juan Pablo II escribe a los agentes de la pastoral de las vocaciones:

¡Responsables de las vocaciones, sacerdotes, religiosos, padres y madres de familia! Dirijo a vosotros estas palabras. Comprometeos con generosidad en la tarea de procurar nuevas vocaciones, tan importantes para el futuro de la Iglesia. La escasez de las vocaciones requiere un esfuerzo constante para remediarlo. Y esto no se logrará si no sabemos orar, si no sabemos dar a la vocación al sacerdocio, diocesano o religioso, el aprecio y la estima que merece” (J. Pablo II, “Elegir el sacerdocio quiere decr creer en el amor”, EDICE, Madrid , 1980).

“Para la solución efectiva y consoladora del problema de la vocaciones, la comunidad cristiana debe sentrise pues, comprometida ante todo a orar, orar mucho, con confianza y perseverancia, no dejando además de promover oportunas inciativas pastorales, y de ofrecer de modo especial por medio de las almas “consagradas”, el testimonio luminoso de una existencia vivida con fidelidad a la vocación divina. Es preciso hacer dulce violencia al corazón del Señor, que nos hace el honor de llamarnos a colaborar con Él para la afirmación y dilatación de su reino sobre la tierra, para que la “caridad de Cristo” (II Cor 5,14) despierte la llamada divina en el corazón de muchos jóvenes (…).”

                En el día de San José patrón del seminario oremos por las vocaciones y por los sacerdotes pero acordémonos también de hacerlo durante toda nuestra vida.

ORACIÓN DE JUAN PABLO II

Padre Bueno, en Cristo tu Hijo nos revelas tu amor, nos abrazas como a tus hijos y nos ofreces la posibilidad de descubrir, en tu voluntad, los rasgos de nuestro verdadero rostro.            

Padre santo, Tú nos llamas a ser santos como Tú eres santo. Te pedimos que nunca falten a tu Iglesia ministros y apóstoles santos que, con la palabra y con los sacramentos, preparen el camino para el encuentro contigo.

Padre misericordioso, da a la Humanidad extraviada, hombres y mujeres, que, con el testimonio de una vida transfigurada, a imagen de tu Hijo, caminen alegremente con todos los demás hermanos y hermanas hacia la patria celestial.

Padre nuestro, con la voz de tu Espíritu Santo, y confiando en la materna intercesión de María, te pedimos ardientemente: manda a tu Iglesia sacerdotes, que sean testimonios valientes de tu infinita bondad. ¡Amén!



Luis Pastor
Catequista de la Parroquia

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