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jueves, 5 de abril de 2012

Jueves Santo

Aurelio Ferrándiz García
Cura Párroco

“ES PROPIO DEL AMOR ABAJARSE”
“Dejando el manto se ciñó la toalla”


Éxodo 12, 1-8.11-14
1 Corintios 11,23-26
Juan 13,1-15


“Es propio del amor abajarse”. Esta expresión de santa Teresa del Niño Jesús nos puede ayudar a comprender todo lo que la liturgia del Jueves Santo, con sus lecturas y gestos, nos quiere mostrar. En este tarde el misterio de Dios se abaja “hasta el extremo”, se hace humilde, “se ciña la toalla” y se pone a lavar los pies a sus discípulos; se hace entrega y presencia en la humildad del pan y del vino. En definitiva, el misterio de Dios se revela como amor a los hombres. Un amor que se hace servicio y entrega de sí. Podemos decir que es toda la vida de Jesús la que se condensa y resume en esta tarde con el gesto del lavatorio de los pies y la institución de la eucaristía. Y esto lo tenía que hacer Jesús desde abajo, a la altura de sus discípulos, asumiendo el papel del esclavo y servidor humilde. 
Jesús le preguntó a sus discípulos: “¿comprendéis lo que he hecho con vosotros?” y nos lo pregunta a nosotros también. La pregunta no se refería solo al lavatorio de los pies, sino a toda su vida que aquel gesto evocaba. El domingo de Ramos leíamos la carta de San Pablo a los Filipenses donde se dice que Jesús “no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despejó de su rango, y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos” (2,6). El manto que deja Jesús durante la cena puede representar su rango divino y la toalla que se ciñe nos recuerda el trabajo de esclavos, el trabajo humilde de los que servían en la casas. Lo importante es llegar al corazón de todo lo que estamos contemplando y meditando, al motivo profundo de lo que Jesús realiza en esta tarde para sí llegar “a comprender”. Y no hay otra razón ni otra “lógica” explicativa que el amor que Jesús tiene por nosotros.



El amor de Cristo

El evangelista no se contenta con describir los hechos sino que entra en los sentimientos de Cristo y comienza el relato diciendo: “Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo los amó hasta el extremo”. En efecto, el amor de Cristo es lo que se percibe con tanta intensidad en esta tarde y es la clave de comprensión de todo lo que estamos celebrando. Comprender lo que hace Cristo significa quedar implicados en la obra de Cristo, invitados a hacer experiencia de este amor de Cristo. San pablo había hecho experiencia viva del amor del Señor y por eso exclamaba con convicción profunda: “¿Quién nos separará del amor de Cristo?, ¿la tribulación?, ¿la angustia?, ¿la persecución?, ¿el hambre?, ¿la desnudez?, ¿el peligro?, ¿la espada?; como está escrito: Por tu causa nos degüellan cada día, nos tratan como a ovejas de matanza. Pero en todo esto vencemos de sobra gracias aquel que nos ha amado. Pues estoy convencido de que ni muerte, ni vida, ni ángeles, ni principados, ni presente, ni futuro, ni potencias, ni altura, ni profundidad, ni ninguna otra criatura podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor” (8,35-39).  También nosotros deberíamos declarar con tanta fuerza el amor de Cristo en nuestra vida. Si en ocasiones somos presa del desaliento, de la tentación, de la angustia, de la tristeza es porque nos olvidamos del amor de Cristo, es que nos olvidamos que hemos sido eternamente amados por Dios en su Hijo que se entregó por nosotros.

Lo que hemos de comprender
“¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros?”

Amarnos sirviéndonos. El lavatorio de los pies recoge toda sus gestos de amor y de servicio que Jesús reala a lo largo de vida: las curaciones, la predicación de la buena nueva, el sentarse con los pecadores, compartir su vida con sus discípulos, asumir los rechazos y desprecios de los demás, la persecución y el odio de los dirigentes. Todo esto había sido durante su vida lavar los pies, abajarse y rebajarse. En este gesto hacía honor a las palabras que había dicho: “El Hijo del hombre no ha venido para que sirvan sino para servir y dar su vida en rescate por muchos”. En efecto, había sido a lo largo de toda su vida el Mesías servidor, como lo había declarado la voz del cielo en las aguas del Jordán. Era el Mesías de los pobres y humildes.
Amarnos hasta entregar su vida en la cruz. En aquel gesto de repartir en pan y el vino a sus discípulos con las palabras “cuerpo entregado y sangre derramada”, Jesús estaba anticipando en el pan y en el vino la entrega de su vida que iba a realizar al día siguiente en la cruz. San Pablo como aprendió perfectamente lo que significa este gesto de la cruz, cuando dice: “me amó y se entregó por mí”. Esa entrega de Jesús se hizo no solo en su carne sino también en el pan y en vino que representaban toda su vida. El sacrifico de la cruz y  la conversión eucarística están en íntima conexión. Uno cruento y el otro incruento, pero en definitiva es entrega, y por tanto transformación y conversión. El pan y el vino consagrados son el cuerpo y la sangre de Jesús que se nos dan como alimento, que nos renueva por dentro.

El amor a Cristo

El amor lleva al amor. El que experimenta el amor de Cristo no queda igual, no puede quedar igual. A partir  en la Última cena los discípulos son más conscientes del gran don que han recibido de Dios y la grave responsabilidad de cuidar, celebrar y alimentarse de este don. De la eucaristía ha de brotar un grane amor a Cristo y a los hombres que tanto ama Cristo. Comer la eucaristía significa amar a Cristo hasta transformarnos en otros cristos, capaces de dar también nosotros la vida por los demás. El poder de consagrar sólo se puede ejercer desde un profundo amor a Cristo, identificándonos con él, hasta decir “hacer esto en memora mía”. Así el sacerdocio broto del amor de Cristo y del amor a Cristo. El sacerdocio nació en el Cenáculo y ha de ser irradiación y testimonio de un profundo amor a Cristo.                

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